No es un secreto para nadie que el gobierno se siente empantanado con la cuestión de la comida importada podrida –en realidad no está claro si ya estaba podrida al momento de importarla o si la dejaron podrirse luego de arribar a nuestros puertos. En todo caso, se nota que el gobierno está tratando de dejar ese tema en el pasado, y para lograr este objetivo le propone a la opinión pública diversos temas de discusión: la Iglesia Católica, mediante el procedimiento de insultar al cardenal y a los obispos; el Senado de Chile, más recientemente, por atreverse a solicitar a la ONU y a la OEA que vengan a “vigilar” las próximas elecciones a la Asamblea Nacional, cosa que iban a hacer de todos modos; el terrorismo internacional, a través de una obrita de teatro representada por un supuesto terrorista centroamericano, atrapado por las fuerzas del orden cuando llegaba a Maiquetía disfrazado de turista; la derecha nacional, a través del sembrado de explosivos o sus componentes en el apartamento de un opositor, convenientemente allanado al filo de la medianoche de un día de semana cualquiera; y paremos de contar.
Todos estos recursos, dialécticos unos, histriónicos otros, dan la impresión de que hay una pobreza creativa generalizada en el gobierno. Si hiciera falta introducir un nuevo tema en la conversación nacional, hay dos ejemplos rutilantes en nuestros vecinos y amigos. El primero, impresionante, es el de la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo en el Congreso argentino: si el gobierno hubiese propuesto esa discusión, como un tema relevante de derechos humanos en nuestra nación, al día siguiente del primer hallazgo de comida podrida, todos, absolutamente todos estaríamos discutiendo ese asunto, sin prestar atención a podredumbre alguna, aunque la carcoma tumbase hasta la cúpula del Capitolio. Que si los gay tienen derechos, que si son enfermos mentales, que si nacen así o menos, la discusión duraría meses.
Pero como para los gustos se hicieron los sabores, si esta discusión no fuese del agrado del gobierno –se me ocurren un par de razones por las que no desearían exponerse a ciertos comentarios pasados de tono del populacho- siempre podemos seguir el ejemplo del Brasil, que a su vez copia de sus predecesores portugueses, y plantear la despenalización de la marihuana. Esto tendría un efecto importante en toda la sociedad, considerando la tentación siempre presente para nuestros efectivos de la “Ley y el Orden”, a extorsionar a cualquiera que se ponga a su alcance, sea por el consumo de drogas o por la recientemente criminalizada adquisición de divisas extranjeras, etc.
Nuestro gobierno no se arriesgará a proponer ninguna discusión significativa, ¡no vaya a ser que se equivoquen! Sería muy discordante con su actuación en todos estos años, que los fueran a recordar por algo bueno.
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