jueves, 8 de agosto de 2013

Por más democracia (4)

Las opiniones sobre los eventos en Egipto tienen todos los colores y aromas. Las hay a favor y en contra del golpe de estado, y muchas encuentran al mismo Morsi responsable de su derrocamiento: una “historia de un derrocamiento anunciado,” parafraseando a García Márquez. Para los venezolanos, los argumentos a favor del golpe pueden sonar conocidos. De todos modos, es importante conocerlos – basados en nuestra teoría de que lo que pasa en Egipto sigue pareciendo la improbable historia de nuestro futuro inmediato.
El artículo traducido a continuación fue publicado por Hdeel Abdelhady, un abogado egipcio basado en Washington, DC, que contribuye de vez en cuando con Ahram Online, la versión de internet del periódico más antiguo de Egipto –fundado en 1875- el 20 de Julio de 2013, a dos semanas del golpe de estado.

“El apresurado juicio superficial de Egipto.”
¿Qué acaba de pasar en Egipto? ¿Un golpe militar? ¿Una segunda revolución?¿Un golpe a la democracia?

Publicado por Hdeel Abdelhady en AhramOnline el 20 de Julio de 2013.

En las ondas de radio y en las páginas de noticias los juicios han sido rápidos, numerosos y demasiado enfocados en las definiciones. El diccionario en línea Merriam Webster informó que las búsquedas de “coup d’etat” alcanzaron un pico el 4 de Julio y continuaron altas esa semana, en respuesta a la cobertura noticiosa de Egipto.
Los actores políticos y los comentaristas han concluido precipitadamente (y algunos convenientemente) que la destitución de Morsi ha socavado la democracia, la legitimidad y la legalidad en Egipto. Una consideración completa de lo que pasó en Egipto –así como del porqué los eventos se desenvolvieron del modo en que lo hicieron- indica que los daños a la democracia, la legitimidad y la legalidad podrían no estar tan claros como lo sugieren las opiniones prevalecientes.

La urna no es igual a la democracia.

Hosni Mubarak y Mohamed Morsi fueron destituidos exactamente de la misma manera. Millones de personas tomaron las calles, el ejército intervino y el presidente fue destituido. Debido a que Morsi fue electo justamente, su destitución con la asistencia de las fuerzas armadas fue un “golpe” a la democracia. La distinción de los hechos subyacente es correcta, pero la conclusión es errada.
La urna no es ni la garantía de la democracia ni un indicador concluyente de su existencia. Y la democracia no es un hecho aislado o recurrente, sino un proceso continuo. Aún aquellos que confían en los diccionarios para extraer conclusiones deberían saber esto. El diccionario Merriam Webster define a la democracia primeramente como (a) “el gobierno por el pueblo; especialmente, el gobierno por la mayoría” y (b) “un gobierno en el cual el poder supremo reside en el pueblo que lo ejerce directamente o indirectamente a través de un sistema de representación que usualmente incluye elecciones libres celebradas periódicamente.”
Morsi era escasamente democrático en su primer año. Más que ejercer el poder legítimamente ganado para y de acuerdo con los propósitos con que se le dio, Morsi consolidó el poder para llevar adelante una agenda política e ideológica estrecha que carecía de consentimiento o conocimiento público. A veces, el Egipto de Morsi parecía más los “Hermanos Musulmanes C. A. con la marca comercial Egipto” que una república. La elección justa de Morsi le dio un mandato para gobernar, no una carta blanca para remodelar la presidencia y el estado para acomodarlos a unos objetivos estrechos. Sus acciones como presidente contravinieron los principios democráticos.

La “legitimidad constitucional” de Morsi.

En sus días finales como presidente, Morsi defendió repetidamente su “legitimidad constitucional.” Su posición era discutible, pues el mismo pedigrí constitucional de la proclamada legitimidad constitucional de Morsi –la Constitución de Diciembre de 2012- estaba en duda. A comienzos de Junio de 2013 la Corte Suprema Constitucional (CSC) dictaminó, después de meses de considerarlo, que la asamblea constituyente que redactó la Constitución del 2012 no tenía validez. El dictamen ensombreció la legitimidad constitucional de Morsi, pues su base era la fruta de un árbol venenoso. Que la constitución de Diciembre de 2012 hubiese sido redactada mayormente por los aliados de Morsi y que hubieran pasado una aplanadora por el proceso de referéndum sobre las objeciones de diversas voces manchó aún más la posición constitucional de Morsi.

La legalidad de la intervención militar.

La conclusión de que la destitución de Morsi con ayuda de las fuerzas armadas fue una violación de la ley supone que los militares no tenían una base legal para actuar o que los procedimientos alternativos para su destitución estaban disponibles, pero no fueron agotados. Ambas suposiciones son defectuosas. La intervención de las fuerzas armadas podría justificarse por razones constitucionales afirmativas o bajo la doctrina legal de la necesidad.
El Artículo 194 de la Constitución de Diciembre de 2012 ahora suspendida (notoriamente en la sección sobre la autoridad del ejecutivo) prevé, sin límites, que: “Las Fuerzas Armadas le pertenecerán al pueblo. Su deber es proteger el país, y preservar su seguridad y territorios.” En principio, los militares actuaron de acuerdo con su autoridad constitucional cuando efectuaron la destitución del presidente en el interés nacional y en respuesta a la demanda de millones del “pueblo”.
Alternativamente, la acción de los militares estaba justificada por la necesidad, una doctrina operativa en la ley egipcia (y en la ley islámica, la ley internacional, y en otros sistemas legales nacionales en diferentes contextos) que justifica o excusa los actos ilegales o extra-legales precipitados por circunstancias excepcionales. Los eventos que llevaron a la destitución de Morsi fueron de hecho extraordinarios. Millones de personas estaban en las calles. Era probable que se produjera la desobediencia civil y las huelgas generales. El país estaba crecientemente fracturado por líneas ideológicas y sectarias. Ningún procedimiento constitucional civil estaba disponible para destituir a Morsi o hacer contrapeso a su poder. Y no había ninguna solución política a la vista.
La Constitución de Diciembre de 2012 incluía la destitución de un presidente en funciones sólo a través del enjuiciamiento por la cámara baja del Parlamento, pero la cámara baja había sido disuelta por orden judicial el 14 de Junio de 2012. Por lo tanto, se imposibilitaba la destitución parlamentaria del presidente.
En cuanto a la conciliación política, Morsi impidió esa opción. Morsi fue notificado con amplia anticipación de que una solicitud para su destitución estaba ganando fuerza y que se habían planificado protestas masivas para el primer aniversario de su periodo. Según los informes, los militares, luego de consultar con las fuerzas políticas, le presentaron a Morsi varias opciones para desactivar la creciente crisis; incluyendo nombrar un nuevo gabinete o llamar a un referéndum sobre la continuación de su presidencia. Morsi rechazó las propuestas y no ofreció ningún mapa de ruta propio, excepto luego de que la ventana para la conciliación se había cerrado.
Sin el consentimiento de Morsi y en ausencia de la cámara baja del Parlamento, no era posible ni un cambio de gabinete ni un referéndum. Como resultado, todos los procesos constitucionales civiles para impugnar la autoridad o el mandato del presidente fueron descartados. Constitucionalmente, sólo la cámara baja del Parlamento podía haber forzado la renuncia del primer ministro (y del gabinete) a través de un voto de confianza negativo. Sólo Morsi podía haber iniciado un referéndum sobre su presidencia bajo la Constitución de 2012. En ausencia de contrapesos constitucionales al poder del presidente, le tocaba al presidente ejercer el poder sabiamente. Al rehusarse a un compromiso frente a probabilidades desfavorables, Morsi selló su propia suerte.

En la arena política, se seleccionarán los argumentos legales y los hechos para apoyar un resultado deseado. Pero los debates sobre las definiciones que elevan la semántica por encima de la sustancia sólo simplifican lo complejo, y tienden a engañar. En adelante, una consideración más completa de los eventos producirá mejores lecciones. Entre las muchas lecciones del 3 de Julio y el periodo de transición anterior, hay una para los presidentes egipcios de hoy y de mañana: Un exceso de poder, ejercido sin caridad, sin autocontrol, y en perjuicio de los contrapesos y equilibrios, es una receta para la caída. Que tenga cuidado el titular. 

martes, 6 de agosto de 2013

Por más democracia (3)

En el mundo de comunicaciones instantáneas que hoy disfrutamos, ver los parecidos entre los eventos políticos de países que parecen lejanos es cada vez más fácil. Por eso insistimos en mirar a los acontecimientos en Egipto y otros países, que nos permiten aprender “en cabeza ajena” sobre nuestro propio presente y los futuros posibles.
El artículo que sigue, publicado por Daron Acemoglu y James A. Robinson en Foreign Policy el 5 de Agosto de 2013, es otro ejemplo llamativo de las lecciones que podemos aprender de Egipto.

La serpiente que se devora a sí misma.
Porqué los golpes generan golpes que generan golpes.

Publicado por Daron Acemoglu y James A. Robinson en Foreign Policy el 5 de Agosto de 2013.

El sistema político turco –intentando forjar una síntesis entre unas fuerzas armadas fuertes y políticamente activas, la élite más acomodada, educada (y a menudo burocrática) y la mayoría empobrecida, conservadora y musulmana- solía ser promocionado como un modelo a seguir para el resto del Medio Oriente. Las manifestaciones recientes contra el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan han dado a entender que la democracia turca es mucho más frágil, y en muchas formas más superficial, que lo que muchos sospechaban. Pero a pesar de los eventos recientes, todavía hay lecciones importantes de la historia turca para el resto de la región –particularmente para Egipto.
Los problemas de la democracia turca en los últimos 70 años, y el impasse actual creado por la actitud de línea dura del gobierno hacia los manifestantes pacíficos, reflejan una polarización muy arraigada en la sociedad, que se ha desarrollado durante décadas. Pero también ha sido explotada por facciones rivales y caudillos cuando pensaron que la polarización podía serles políticamente útil.
La polarización de Turquía, así como la de Egipto, a menudo la pintan desde el exterior como un choque entre los liberales occidentalizantes y las élites por una parte, y las masas tradicionales y religiosas. Esta imagen es sólo parcialmente verdadera –y principalmente engañosa. El conflicto esencial en ambos países debería verse enraizado en desigualdades políticas, sociales y económicas.
El gran economista Simon Kuznets argumentó que las etapas tempranas del desarrollo económico deben necesariamente estar asociadas con un aumento en la desigualdad. La modernización económica y social de hecho ha creado profundos abismos en muchas sociedades en América Latina, Asia y el Medio Oriente. Pero no hay nada natural en estas desigualdades. Más bien, ellas reflejan el hecho de que las oportunidades están distribuidas muy desigualmente, particularmente en los tempranos días del desarrollo, a menudo abiertas sólo a aquellos que ya controlan el poder político, u ocupan posiciones de privilegio en la sociedad.
La injusticia de este proceso de desarrollo, así como el sentido de injusticia que genera que a menudo excede la realidad, yace bajo la tendencia a la polarización en estas sociedades.
A pesar de que las líneas de falla en estos países se centran en el abismo entre los que tienen y los que no tienen, la consiguiente polarización toma diversas apariencias. En muchas partes de América Latina los que quedan rezagados, sin poder político ni oportunidad económica, son a menudo comunidades indígenas o mestizas, que sienten agudamente la injusticia de este proceso de desarrollo atrofiado. Ellos son los que no tienen acceso a la educación, a la salud pública, a las carreteras o a una voz política. No sorprende que sean ellos los que asocien a la modernización con su situación difícil, y se agrupen en torno a líderes populistas como Nicolás Maduro en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en el Ecuador.
En Egipto y Turquía los rezagados a menudo son los millones que viven en las ciudades provinciales y el campo o han emigrado recientemente de allí. Estos grupos son la base islamista, pero aún cuando la defensa de la religión y la tradición se vuelven sus consignas, cabría preguntarse cuánto de sus reclamos se remonta a la exclusión política, social y económica. El principal problema que enfrenta la democracia en muchas sociedades, particularmente en Turquía y Egipto, es conciliar estas divisiones mientras crea un sistema político y una economía más incluyentes.
Allí es donde Turquía ha fracasado muchas veces en su historia, y Egipto debería haber prestado atención a esas lecciones. Por desgracia, Egipto está siguiendo la misma senda peligrosa.
¿Demasiado dramático? Veamos los hechos.
Como en Egipto, la primera transición a una verdadera democracia multi-partido en Turquía fue un proceso doloroso, que no llegó sino hasta 1946, con la fundación del Partido Demócrata (PD), un partido conservador favorable a los empresarios, que deseaba apartarse del enfoque piramidal de las fuerzas armadas y las élites burocráticas y dirigirse a las prioridades de las masas. Dos experimentos anteriores sin entusiasmo con una democracia multi-partido controlada fueron truncados por Mustafa Kemal Atatürk, cuando resultó que la oposición leal atrajo mucho más apoyo del que podía tolerarse.
En 1950, para gran decepción y temor de los militares y las élites del estado, el PD, conducido por su líder Adnan Menderes, llegó al poder con una victoria aplastante en las elecciones. Quizás inevitablemente, dado que su base era más pobre, más provinciana, menos educada y más religiosa, su retórica era populista y teñida de Islam, amargándole aún más la vida a las élites estatales.
Pero los líderes del PD, ellos mismos destetados de la política dentro del partido gobernante antes de 1946, tampoco eran ángeles. La corrupción era rampante. Lo que es más, una vez que vieron caer su popularidad, adoptaron por completo el manual de instrucciones de sus rivales y le subieron el volumen a la represión. Los periódicos empezaron a salir con grandes columnas en blanco, donde habrían estado los artículos censurados a último momento.
Entonces, en Mayo de 1960, vino un golpe militar, ampliamente apoyado por la burocracia, las élites intelectuales y los “liberales” turcos supuestamente pro-democracia. El entusiasmo era palpable: los militares estaban salvando a la democracia del PD y de Adnan Menderes, arrebatándole el poder a las masas consideradas demasiado inmaduras para la democracia o la política, y colocando el poder firmemente en las manos de los más cultos. Las fuerzas armadas se movieron rápidamente para llevar a la horca a tres de los líderes del PD –incluyendo al mismo Adnan Menderes.
Envalentonados por la experiencia, los militares intervendrían tres veces más en la política turca en los siguientes 40 años, profundizando en ese proceso la polarización de la sociedad entre las élites y el resto.
Hoy todavía se ven los ecos de esta polarización. Las protestas pacíficas en todo el país se enfrentan con la brutal represión de la policía y la actitud intransigente de Erdogan y su partido gobernante AKP, con todo el apoyo de sus leales partidarios. Ellos ven las protestas como otro intento más de las élites educadas, seculares y pro-militares de conservar el poder. Esto es algo comprensible dado que –apenas en Abril de 2007- los militares, apoyados por esas élites y el tribunal constitucional, trataron de derrocar al AKP y cerrarlo (el gobierno no renunció, al tribunal constitucional se le enfriaron los pies a último momento y el AKP y su gobierno sobrevivieron).
¿Qué habría pasado en la política turca sin el golpe militar de 1960? Quizás Menderes y otros miembros de la élite del PD hubieran dañado irreparablemente la economía o de algún modo arreado a la sociedad a la sumisión total antes de la siguiente elección, estableciendo eficazmente su propia dictadura. Pero esto parece poco probable. Mas bien, los habrían sacado a patadas del poder en la siguiente elección, cementando la reputación de la democracia turca.
Mirando a través de este cristal, la situación en Egipto es bastante parecida. Igual que el PD en Turquía, una vez que llegaron al poder, los Hermanos Musulmanes abandonaron todo el barniz conciliador, en busca de compromisos, que proyectaban antes de las elecciones. Y con toda seguridad, Mohamed Morsi comenzó a volverse autoritario, intentando poner a su gente en posiciones de poder dentro de la burocracia del estado. Y sí, de nuevo como en Turquía hacia el final del gobierno del PD, la economía estaba enferma.
Entonces, ¿qué habría pasado sin el golpe que tuvo lugar el 3 de Julio de 2013, que sacó ignominiosamente a patadas a Morsi del poder y lo llevó a una cárcel militar?
De nuevo, nadie sabe. Es posible que la economía hubiese sido dañada tan profundamente que estallaran protestas aún mayores y más violentas. Los Hermanos Musulmanes podrían haber tomado las arterias del poder tan completamente que hubiesen podido establecer su propia dictadura, bloqueando eficazmente cualquier camino temporalmente abierto hacia una democracia verdaderamente incluyente, donde el poder se compartiese pluralistamente en vez de ser empuñado sin ningún compromiso por quien se encontrase al mando en ese momento.
Pero este escenario parece tan poco probable como el de que el PD en Turquía estableciese su propia dictadura frente a una oposición fuerte, movilizada. Ya había un fuerte descontento con Morsi y su gobierno, testimoniado por más de 22 millones de firmas solicitando su renuncia antes de que tuviera lugar el golpe. Con este nivel de oposición en una sociedad ya movilizada, ¿podrían realmente los Hermanos Musulmanes establecer su propia dictadura antes de la siguiente elección?
Igual que en Turquía en 1960, lo que realmente le hacía falta a Egipto era que los que habían llegado al poder por primera vez perdieran una elección. No porque el otro lado no pudiese soportar la idea de que aquellos que habían sido vistos como ciudadanos de segunda clase durante tanto tiempo se sentaran en el palacio presidencial, sino simplemente porque no estaban gobernando bien. Porque simplemente perdieron el apoyo de la gente común y tenían que irse del mismo modo que vinieron, a través de elecciones.
Igual que en Turquía, Egipto necesitaba garantías a ambos lados de que la política puede ser incluyente, con cada segmento de la sociedad, sin importar el credo, la religión, género y estatus social, compartiendo el poder. En cambio, en la primera hora del reto democrático, Turquía obtuvo la pesada bota de los soldados, no sólo aplastando su floreciente democracia sino manchando a sus intelectuales y sus élites en el hecho. Igual pasó en Egipto.
El fracaso de las élites turcas en tolerar la inclusión de grandes segmentos de la población en el sistema político y la violencia desenfrenada que ejercieron sobre líderes políticos que no eran de su gusto, polarizó más a la sociedad y endureció a los que quedaron fuera del poder. Dejó a los que les negaron una silla en la mesa política sin verdadera convicción en la política democrática. Lo mismo está pasando en Egipto.
No hay una solución fácil, pues la espiral se alimenta a sí misma. Pero muchos países han mostrado cómo se la puede romper desarrollando e institucionalizando un equilibrio del poder en la política, en lugar de vivir simplemente con la dominación de un grupo sobre el resto de la sociedad. Sin embargo, este es un proceso lento, que no es probable que despegue pronto en ninguno de los dos países.
Un cambio más rápido puede venir de líderes con visión y coraje, como lo ejemplifican los esfuerzos incansables de Nelson Mandela para cerrar el enorme abismo entre los negros y los blancos en Suráfrica. Sus gestos para construir una “nación arcoíris” multirracial e incluyente llegaron a la cima cuando vistió la camisa del equipo de rugby, los Springboks, asociado tradicionalmente con el estado racista de apartheid y represión contra los negros, dando una señal a los que estaban fuera del gobierno que ellos todavía estaban, y continuarían estando, incluidos en el poder –sus voces serían escuchadas, sus derechos serían respetados.

Por desgracia, nadie en Turquía o en Egipto ha mostrado ni la mitad de ese coraje. Pero todavía podemos esperar con optimismo, consolándonos con que romper la espiral de la polarización requiere paciencia. 

Por más democracia (2)

Como en los artículos anteriores, en esta ocasión podemos aprender mucho de lo que se dice sobre Egipto, e imaginar lo que podría pasar con nosotros.
No todo el mundo piensa igual sobre la democracia y el papel que debe jugar Estados Unidos para promoverla. Mucha gente en ese país ve con disgusto las actividades del gobierno de Washington, y recuerda los muchos desaguisados en los que ha estado involucrado en el pasado, reciente o lejano. En el caso de Egipto, igual que en el nuestro en Venezuela, se oyen críticas airadas sobre la política exterior de la mayor potencia militar del planeta. A continuación hay un esclarecedor ejemplo, en un artículo publicado por Doug Bandow en el sitio web del Instituto Cato:

“Es tiempo de que Washington cierre la boca sobre promover la democracia.”

Publicado por Doug Bandow en www.cato.org el 2 de Agosto de 2013.

El régimen militar en El Cairo continúa matando partidarios del derrocado presidente Mohamed Morsi con apoyo financiero de Washington. La administración Obama está convirtiendo a la hipocresía en un arte.
Washington trabaja bajo la ilusión de que controla al mundo. La administración insiste en que debe conservar su influencia dándoles más dinero a los generales en El Cairo. Sin embargo, ¿cuándo ha ejercido influencia EEUU en Egipto?
Por cuatro décadas los contribuyentes estadounidenses han subsidiado regímenes dictatoriales. La administración trató de salvar al antiguo presidente Hosni Mubarak de la revolución, antes de apoyar su derrocamiento. Los intentos de Washington de convencer a Morsi de que gobernase más inclusivamente, y al comandante militar Gen. Abdel Fattah al-Sisi de no dar un golpe de estado, fallaron completamente. Ahora el líder del golpe está ignorando ostentosamente el pedido de la administración de que no fuerce a los Hermanos Musulmanes a la clandestinidad.
Sin embargo, el presidente Obama rehusa reconocer el golpe militar, que bajo la ley estadounidense requeriría cortar la ayuda de los EEUU a Egipto. Si eso ocurriese, dice la administración, ¡el Gen. Al-Sisi podría ignorar los consejos estadounidenses!
Como lo señalo en mi última columna en Forbes:
“Hubiera sido mejor hace años si los funcionarios americanos simplemente se hubiesen callado y no hubiesen hecho nada. No se habría desperdiciado dinero. No se hubiera exhibido la impotencia de Washington. Los EEUU no hubieran sido cómplices de décadas de gobierno militar.
Por desgracia, Egipto no es el primer ejemplo en el cual el gobierno de los EEUU ha conseguido parecer estúpido mientras gasta un montón de dinero. De hecho, esa es mucho más la regla que la excepción.
Por décadas Washington ha regalado miles de millones de dólares por año de ayuda “económica”. ¿Quiénes están entre los afortunados beneficiarios? Comunistas chiflados como la Rumania de Nicolae Ceausescu y la Etiopía de Mengistu Haile Mariam.”
Como en Egipto, los déspotas locales aprendieron rápidamente que los funcionarios de los EEUU detestan admitir un fracaso y terminar con la ayuda. Así que el dinero continúa fluyendo sin importar lo demás.
Alrededor del mundo, los funcionarios de Washington hablan alegremente de la importancia de la democracia mientras respaldan ostentosamente una autocracia. Hoy la hipocresía es más flagrante en Asia Central y el Medio Oriente. De hecho, la administración alabó la “Primavera Árabe” mientras apoyaba la represión en Bahrain, Arabia Saudita y ahora en Egipto.
Se ha derramado mucha tinta recientemente sobre conservar la credibilidad estadounidense luego de que el presidente Obama hiciera que el uso de armas químicas por Siria fuese una “línea roja” para la intervención. De hecho, rutinariamente Washington traza líneas rojas sin ningún significado alrededor del mundo, que son rutinariamente ignoradas.
¡Los funcionarios estadounidenses nunca aprenden!

En Egipto, Washington ha mezclado por partes iguales la hipocresía y la inutilidad. Los funcionarios de EEUU nunca se contentan con callarse la boca y quedarse en casa. Si el presidente Obama quiere dejar un legado positivo de política exterior, debería hacer y decir menos en el exterior.”

jueves, 1 de agosto de 2013

Por más democracia:

La situación de Egipto puede parecer, a veces, la posible historia de nuestro futuro cercano. Es un ejemplo de las cosas que pueden pasarnos, si tomamos las mismas decisiones que ellos. Por eso es importante darle un vistazo, y pensar un poco en nuestro presente.
Lo que sigue es la traducción de un artículo por Reza Aslan, sobre el golpe de estado en Egipto, y las razones por las que no deberíamos apoyarlo. Por supuesto, si consideramos que el gobierno Morsi era una especie de “madurismo islámico”, al menos a la mitad de los venezolanos se nos hace inmediatamente claro que no se podía continuar con ese gobierno, y que salir de ese régimen era una necesidad tan vital como respirar – suponiendo que las condiciones para poder salir de él estuviesen dadas. Para ahondar en esta idea, luego sigue un artículo de Michael Wahid Hanna, donde se explica la responsabilidad de Morsi en causar la situación política egipcia actual.
Egipto: Las devastadoras consecuencias de la revolución anti-Morsi.
Publicado por Reza Aslan el 2 de Julio de 2013 en Sneak Peek.
Un partido islamista gana unas elecciones justas y libres y luego es derrocado por un golpe militar, tácitamente animado por la oposición liberal y secular, muchos de los cuales prefieren una dictadura militar a una democracia gobernada por conservadores religiosos. Si este escenario le suena familiar, es porque lo hemos visto antes.
En 1991, el Frente Islámico de Salvación (FIS), un grupo político islámico, ganó la primera vuelta de las primeras elecciones multi-partido de Argelia desde que el país ganó su independencia en 1962. Cuando las encuestas predijeron que el FIS ganaría una mayoría absoluta en el parlamento argelino en la segunda vuelta de las elecciones, los militares repentinamente intervinieron y anularon las elecciones. El golpe de estado radicalizó a los islamistas y llevó a una década de guerra civil que tuvo como resultado más de 100.000 muertos.
Puede que no sea una analogía perfecta, pero es difícil no pensar en Argelia cuando uno ve lo que está pasando en Egipto. Después de que millones de manifestantes inundaron las calles en todo el país el domingo, demandando la salida de Mohamed Morsi, el primer presidente electo democráticamente en ese país, los militares egipcios emitieron un comunicado diciendo que el gobierno de Morsi tenía 48 horas para responder al levantamiento actual antes que ellos intervinieran con un “mapa de medidas impuestas bajo la supervisión de los militares.”
La declaración del Consejo Supremo Militar de Egipto (SCAF) puso en claro que “las fuerzas armadas no participarán del círculo de la política o el gobierno, y los militares rehúsan desviarse de la visión democrática original que fluye de la voluntad popular.” Pero si Ud. cree que los mismos generales que hasta hace dos años realmente gobernaban el país, no quieren recuperar el poder, entonces tengo una pirámide que me gustaría venderle. Los Hermanos Musulmanes de ningún modo son los únicos que ven el comunicado de SCAF exactamente como lo que es: un golpe de estado.
Notablemente, la declaración de SCAF fue recibida con vítores de muchos en el fracturado movimiento opositor, aún de aquellos que todavía llevan las cicatrices de la lucha contra el gobierno militar en Egipto. Como en Argelia, parece que muchos liberales egipcios han decidido que una dictadura militar (como la de Jordania) sería mejor que un gobierno de los Hermanos Musulmanes.
Durante las protestas recientes, algunos manifestantes abiertamente cantaban consignas a favor del retorno del gobierno militar. Sin embargo, para la mayoría no había necesidad de ser tan obvios. El mensaje de la manifestación era claro: si los militares no intervenían en la crisis, las manifestaciones continuarían.
Por supuesto, un escenario así –manifestaciones prolongadas, continuas- no es realmente una opción para Egipto, donde la economía ya está al borde del colapso total. El país necesita desesperadamente miles de millones de dólares en garantías de préstamos del FMI, de las cuales no se entregará ni un centavo hasta que haya algún grado de estabilidad política.
Lo que está claro ahora es que no puede haber tal estabilidad con el gobierno del presidente Morsi. Pero tampoco puede haber ninguna clase de estabilidad con un gobierno de la oposición, que está en tal estado de confusión y desorden que no se puede concebir que sea vista por una fuerza del exterior –y menos por el FMI- como una alternativa seria, viable, al gobierno actual. Eso deja al SCAF como la única fuerza capaz de estabilizar al país, lo cual significa que Egipto puede volver prontamente al status quo previo a la Primavera Árabe: un estado policial opresor que sabe cómo mantener las calles en calma. La única diferencia, por supuesto, será que supuestamente será el general Abdul Fatah Khalil Al-Sisi el que mantenga el orden, en lugar de Hosni Mubarak, el antiguo dictador.
De modo que dentro de unos años, cuando se juramente el Presidente Vitalicio Al-Sisi y los Hermanos Musulmanes, radicalizados por la creencia en que fueron ilegalmente arrojados del poder, decidan rechazar la política y volver a la violencia, podremos ver repetirse la historia con consecuencias igualmente devastadoras.



La culpa es de Morsi. Cómo hundir un país en 369 días.
Publicado por Michael Wahid Hanna el 8 de Julio de 2013 en Foreign Policy.
Digamos esto muy claramente: A nadie le debe agradar la división y el derramamiento de sangre que están ocurriendo en las calles de El Cairo en este momento, especialmente a medida que aumenta la represión militar. Pero también hay que ser claro en esto: Un solo hombre tiene la responsabilidad final por la crisis de liderazgo: Mohamed Morsi.
Con Morsi arbitrariamente detenido por los militares luego de su derrocamiento el 3 de Julio pasado y las fuerzas de seguridad egipcias permitiéndose una represión excesiva y violenta, el ex presidente egipcio y sus Hermanos Musulmanes tienen legítimos reclamos sobre su injustificable tratamiento. Pero no olvidemos cómo llegamos a este macabro punto. La noche del 30 de Junio, encarando protestas y movilización de masas sin precedentes en toda la nación, Morsi fue herido políticamente, quebrantada su legitimidad, dañada irreparablemente su capacidad de gobernar a Egipto. En respuesta a la campaña popular, de base, que llevó a millones a salir a las calles, sectores críticos de la burocracia estatal abandonaron al presidente, dejándolo con un control del poder nominal e ilusorio. Se encontró con un país peligrosamente polarizado, su tejido social deshilachándose. En ese momento Egipto tenía pocas opciones fugaces de evitar la macabra posibilidad de conflictos civiles –y todas dependían de Morsi.
A pesar de heredar insolubles problemas políticos, económicos y sociales, cuando Morsi accedió al poder el 30 de Junio de 2012 tenía opciones – y escogió la ganancia partidista, la política de suma cero y la demagogia populista. En un sistema sin contrapesos que funcionen, esas opciones generaron niveles crecientes de polarización, destruyendo la confianza e incapacitando al estado. Estas decisiones eran un reflejo de su hostilidad a la crítica y de la denigración del rol de la oposición en la sociedad egipcia por los Hermanos Musulmanes y por él mismo. En el periodo anterior a las protestas masivas en el aniversario de la juramentación de Morsi el 30 de Junio de este año, cuando las concesiones y los compromisos podían haber encontrado una salida ordenada para Egipto, en cambio Morsi ofreció a regañadientes promesas gaseosas y gestos huecos.
Las fatídicas, equivocadas decisiones tomadas durante su mandato, antes y después de las manifestaciones del 30 de Junio han colocado ahora a Egipto en el ápice de la lucha civil y el conflicto violento. Un presidente aislado, intransigente, eligió ignorar la realidad y poner al país en rumbo hacia una innegablemente desafortunada intervención militar en la política civil. Mientras que Morsi y los Hermanos Musulmanes ahora asumirán el rol que les es más familiar de víctimas, ayudados significativamente por la brutalidad y estupidez de un represivo sector egipcio de seguridad, la responsabilidad primaria del derrocamiento de Morsi y del peligroso estado de Egipto recae sobre el depuesto presidente y sus Hermanos. Nada de esto era inevitable.
No quiero sugerir que ahora los Hermanos deberían ser expulsados del país, perseguidos o forzados a la clandestinidad. Los Hermanos Musulmanes son un movimiento político, social y religioso orgánico, de profundas raíces y con una base robusta y resistente. Deberían ser parte del futuro de Egipto. Pero su participación en el pasado reciente de Egipto ha sido un desastre sin ningún paliativo.
Las fatales decisiones finales de Morsi confirmaron su visión partidista, insular, que ponía primero a los Hermanos Musulmanes que a la nación. Simplemente, no pudo entender que su sociedad secreta no tenía un monopolio sobre Egipto y que sus victorias electorales no eran un mandato ilimitado. Los Hermanos Musulmanes creyeron que la serie de elecciones del 2011 y 2012, que representaban en muchas maneras las últimas elecciones de la era de Hosni Mubarak, dieron una señal de algo esencial sobre la sociedad egipcia y el lugar de los Hermanos en ella.
Estos rasgos – terquedad, insularidad y paranoia- se mostraron vívidamente mientras Egipto escoraba hacia el 30 de Junio, pero ya se habían manifestado repetidamente durante el corto e infeliz tiempo en el poder de los Hermanos.
Los 369 días en el poder de Morsi se distinguieron por la carencia de reformas, que alejaron a los activistas y reformistas; una falta de reconciliación, que bloqueó cualquier contacto potencial con miembros del antiguo régimen; y un gobierno estrecho, monopólico, que lo enemistó con todas las fuerzas políticas –incluyendo sus antiguos aliados islamistas, particularmente el partido al-Nour, que abandonó a Morsi en sus últimas horas. Este enfoque temerario del poder provocó el alejamiento, paralizó al gobierno y resultó en la represión y el descontento – y la oposición creció.
La lista de cargos es condenatoria y se remonta al periodo inmediato post-Mubarak, cuando los Hermanos decidieron seguir una transición procedimental formalista que veía sólo a las elecciones como la democracia, mientras ignoraba hacer reformas sustantivas a un sistema fallido. La estrecha ventana para enfrentar al estado policial y el capitalismo de los amigotes de Mubarak habría requerido una cierta medida de solidaridad entre las fuerzas que propulsaron el levantamiento contra Mubarak. Pero en la primera de una serie de traiciones, los Hermanos Musulmanes dirigieron el rumbo a reequipar el estado autoritario de Mubarak e incautar sus herramientas de represión, con los Hermanos mismos al timón.
Los Hermanos Musulmanes no sólo ayudaron a elaborar y endosaron el defectuoso mapa de la transición del gobierno militar interino, que estaba lleno de vacíos y omisiones, sino que los Hermanos inmediatamente se dispusieron a estigmatizar a sus oponentes, sobre la base de una burda demagogia sectaria y religiosa. Las fuerzas reformistas y activistas que buscaron desafiar el orden político emergente fueron enlodadas y tratadas como obstáculos en la búsqueda de ganancias partidistas de los Hermanos Musulmanes. Por lo tanto se puso en movimiento una transición insubstancial cuya sola característica definitoria era una agotadora serie de elecciones.
A pesar de esta falta de confianza, muchos reformistas eligieron apoyar a Morsi en su campaña contra Ahmed Shafiq, el incondicional del antiguo régimen de Mubarak, por miedo a una inmediata recaída autoritaria. Estos partidarios de mala gana fueron engatusados con una serie de promesas relativas a un gobierno inclusivo, con compromisos de seleccionar un grupo diverso de consejeros y un grupo diverso para el organismo constituyente del país. Esta astucia fue decisiva para la estrecha victoria electoral de Morsi.
Esas garantías, consagradas en un documento formal hace casi un año, quedaron casi uniformemente sin cumplirse, preparando el escenario para un periodo turbulento de autoritarismo progresivo, pésima administración y profundización de la polarización. Con contrapesos limitados, Morsi buscó castrar al poder judicial mientras iniciaba un esfuerzo concertado, y finalmente inútil, de captura de varias instituciones del estado. Los más condenables en este sentido fueron los esfuerzos por alcanzar un modus vivendi con los antiguos torturadores de los Hermanos en una policía sin reconstruir, cuyas prácticas abusivas continuaron con impunidad. Mientras tanto, Morsi y su gobierno elogiaban a la fuerza de policía y le daban a sus miembros aumentos de sueldo y promociones. Es pertubadoramente irónico que esta fuerza policial esté ahora ocupada en un esfuerzo para reprimir a los Hermanos Musulmanes y a sus partidarios hasta conseguir su conformidad.
Legislativamente, el gobierno de Morsi impulsó legislación restrictiva en varios frentes, incluyendo leyes que impedían los sindicatos independientes e interferían en la operación de organizaciones no gubernamentales. Su gobierno hizo poco para limitar un repunte en los enjuiciamientos por crímenes de expresión, incluyendo casos de blasfemia y aquellos relacionados con insultar a la presidencia. Más aún, el sistema legal fue corrompido y usado como una herramienta política luego de la designación a dedo de un Fiscal General.
Esa designación fue lograda mediante la declaración constitucional dictatorial de Morsi de Noviembre del 2012, que le dio inmunidad temporal de cualquier supervisión judicial y preparó la escena para la contenciosa adopción de un descuidado documento como el texto fundacional del país. Para muchos, este era el acto final para institucionalizar la crisis política de Egipto. La aguda polarización hizo que las acciones básicas de gobierno se volvieran imposibles y fomentó la crisis económica del país – mientras el rápido aumento del desempleo ayudaba a activar la oposición de sectores de la sociedad anteriormente inactivos. La oposición a Morsi ya no estaba limitada geográficamente o definida por la clase social; en cambio, estaba ampliamente dispersa geográficamente, representando a un amplio espectro de la sociedad egipcia, incluyendo a los pobres urbanos y a diversos grupos rurales.
Finalmente, este descontento en rápido crecimiento tomó las calles en manifestaciones que excedieron en tamaño y alcance a las que derrocaron a Mubarak en Enero y Febrero de 2011. Las señales de alarma estaban a la vista de todos, excepto quizás para los despreocupados y arrogantes líderes de los Hermanos Musulmanes.
Mientras que la campaña Tamarod (“Rebelde”) fue una proeza extraordinaria de creatividad y organización, su éxito se basaba primeramente en la indignación y la frustración que se acumulaban en toda la sociedad egipcia contra la administración cada vez más autoritaria, monopolista e incompetente de Morsi. Sin un mecanismo constitucional inmediato para su destitución, millones de personas tomaron las calles pidiendo su salida, esperando algunos que la presión pública lo forzara a renunciar, otros presionando a favor de una intervención militar.
Con esta rotunda demostración de falta de confianza y la frágil situación de seguridad en el país el 30 de Junio, la probabilidad de violencia era alta. Pero en ese momento crucial, Morsi todavía tenía opciones. Él, y sólo él, podía haber bajado el volumen de la retórica y evitado el derramamiento de sangre por venir. En cambio, su imprudente despreocupación aseguró que las soluciones de compromiso no se lograsen. Así Egipto fue abandonado a lo inevitable: un derrocamiento militar y una espiral de guerra callejera.
El reconocimiento de la realidad hubiera sido una salida honorable para Morsi. Un ejecutivo incapacitado con un tenue control de la autoridad que no puede gobernar eficazmente –aún en el tope de su popularidad- ya no está en una posición que le permita cumplir su papel. Una salida segura negociada habría conservado también las ganancias políticas de los Hermanos Musulmanes y asegurado su participación en el diseño de la etapa de transición y las elecciones siguientes. Tal salida también habría reversado su desastrosa decisión de renegar de sus compromisos previos e impugnar la elección presidencial, aliviando por lo tanto a la organización del enorme esfuerzo de gobernar a Egipto durante este periodo tumultuoso.
Tal decisión hubiera requerido que Morsi emprendiese una minuciosa evaluación de sus errores y una valoración objetiva de la dinámica actual del país. Aún cuando estos fuesen unos pasos muy difíciles, eran la única salida de Egipto. En cambio, el país ha elegido un veneno en vez del otro.
Pero al final, no puede emerger ningún orden político que funcione, y menos una transición democrática, sin la participación libre, justa y completa de los Hermanos Musulmanes. Con Morsi ahora incomunicado y supuestamente lleno de justa indignación por su suerte, todavía puede hacer volver a Egipto del borde del abismo. Sin embargo, para hacerlo hace falta que sea un verdadero líder y que haga una dolorosa concesión-poner al futuro de su país primero.