jueves, 1 de agosto de 2013

Por más democracia:

La situación de Egipto puede parecer, a veces, la posible historia de nuestro futuro cercano. Es un ejemplo de las cosas que pueden pasarnos, si tomamos las mismas decisiones que ellos. Por eso es importante darle un vistazo, y pensar un poco en nuestro presente.
Lo que sigue es la traducción de un artículo por Reza Aslan, sobre el golpe de estado en Egipto, y las razones por las que no deberíamos apoyarlo. Por supuesto, si consideramos que el gobierno Morsi era una especie de “madurismo islámico”, al menos a la mitad de los venezolanos se nos hace inmediatamente claro que no se podía continuar con ese gobierno, y que salir de ese régimen era una necesidad tan vital como respirar – suponiendo que las condiciones para poder salir de él estuviesen dadas. Para ahondar en esta idea, luego sigue un artículo de Michael Wahid Hanna, donde se explica la responsabilidad de Morsi en causar la situación política egipcia actual.
Egipto: Las devastadoras consecuencias de la revolución anti-Morsi.
Publicado por Reza Aslan el 2 de Julio de 2013 en Sneak Peek.
Un partido islamista gana unas elecciones justas y libres y luego es derrocado por un golpe militar, tácitamente animado por la oposición liberal y secular, muchos de los cuales prefieren una dictadura militar a una democracia gobernada por conservadores religiosos. Si este escenario le suena familiar, es porque lo hemos visto antes.
En 1991, el Frente Islámico de Salvación (FIS), un grupo político islámico, ganó la primera vuelta de las primeras elecciones multi-partido de Argelia desde que el país ganó su independencia en 1962. Cuando las encuestas predijeron que el FIS ganaría una mayoría absoluta en el parlamento argelino en la segunda vuelta de las elecciones, los militares repentinamente intervinieron y anularon las elecciones. El golpe de estado radicalizó a los islamistas y llevó a una década de guerra civil que tuvo como resultado más de 100.000 muertos.
Puede que no sea una analogía perfecta, pero es difícil no pensar en Argelia cuando uno ve lo que está pasando en Egipto. Después de que millones de manifestantes inundaron las calles en todo el país el domingo, demandando la salida de Mohamed Morsi, el primer presidente electo democráticamente en ese país, los militares egipcios emitieron un comunicado diciendo que el gobierno de Morsi tenía 48 horas para responder al levantamiento actual antes que ellos intervinieran con un “mapa de medidas impuestas bajo la supervisión de los militares.”
La declaración del Consejo Supremo Militar de Egipto (SCAF) puso en claro que “las fuerzas armadas no participarán del círculo de la política o el gobierno, y los militares rehúsan desviarse de la visión democrática original que fluye de la voluntad popular.” Pero si Ud. cree que los mismos generales que hasta hace dos años realmente gobernaban el país, no quieren recuperar el poder, entonces tengo una pirámide que me gustaría venderle. Los Hermanos Musulmanes de ningún modo son los únicos que ven el comunicado de SCAF exactamente como lo que es: un golpe de estado.
Notablemente, la declaración de SCAF fue recibida con vítores de muchos en el fracturado movimiento opositor, aún de aquellos que todavía llevan las cicatrices de la lucha contra el gobierno militar en Egipto. Como en Argelia, parece que muchos liberales egipcios han decidido que una dictadura militar (como la de Jordania) sería mejor que un gobierno de los Hermanos Musulmanes.
Durante las protestas recientes, algunos manifestantes abiertamente cantaban consignas a favor del retorno del gobierno militar. Sin embargo, para la mayoría no había necesidad de ser tan obvios. El mensaje de la manifestación era claro: si los militares no intervenían en la crisis, las manifestaciones continuarían.
Por supuesto, un escenario así –manifestaciones prolongadas, continuas- no es realmente una opción para Egipto, donde la economía ya está al borde del colapso total. El país necesita desesperadamente miles de millones de dólares en garantías de préstamos del FMI, de las cuales no se entregará ni un centavo hasta que haya algún grado de estabilidad política.
Lo que está claro ahora es que no puede haber tal estabilidad con el gobierno del presidente Morsi. Pero tampoco puede haber ninguna clase de estabilidad con un gobierno de la oposición, que está en tal estado de confusión y desorden que no se puede concebir que sea vista por una fuerza del exterior –y menos por el FMI- como una alternativa seria, viable, al gobierno actual. Eso deja al SCAF como la única fuerza capaz de estabilizar al país, lo cual significa que Egipto puede volver prontamente al status quo previo a la Primavera Árabe: un estado policial opresor que sabe cómo mantener las calles en calma. La única diferencia, por supuesto, será que supuestamente será el general Abdul Fatah Khalil Al-Sisi el que mantenga el orden, en lugar de Hosni Mubarak, el antiguo dictador.
De modo que dentro de unos años, cuando se juramente el Presidente Vitalicio Al-Sisi y los Hermanos Musulmanes, radicalizados por la creencia en que fueron ilegalmente arrojados del poder, decidan rechazar la política y volver a la violencia, podremos ver repetirse la historia con consecuencias igualmente devastadoras.



La culpa es de Morsi. Cómo hundir un país en 369 días.
Publicado por Michael Wahid Hanna el 8 de Julio de 2013 en Foreign Policy.
Digamos esto muy claramente: A nadie le debe agradar la división y el derramamiento de sangre que están ocurriendo en las calles de El Cairo en este momento, especialmente a medida que aumenta la represión militar. Pero también hay que ser claro en esto: Un solo hombre tiene la responsabilidad final por la crisis de liderazgo: Mohamed Morsi.
Con Morsi arbitrariamente detenido por los militares luego de su derrocamiento el 3 de Julio pasado y las fuerzas de seguridad egipcias permitiéndose una represión excesiva y violenta, el ex presidente egipcio y sus Hermanos Musulmanes tienen legítimos reclamos sobre su injustificable tratamiento. Pero no olvidemos cómo llegamos a este macabro punto. La noche del 30 de Junio, encarando protestas y movilización de masas sin precedentes en toda la nación, Morsi fue herido políticamente, quebrantada su legitimidad, dañada irreparablemente su capacidad de gobernar a Egipto. En respuesta a la campaña popular, de base, que llevó a millones a salir a las calles, sectores críticos de la burocracia estatal abandonaron al presidente, dejándolo con un control del poder nominal e ilusorio. Se encontró con un país peligrosamente polarizado, su tejido social deshilachándose. En ese momento Egipto tenía pocas opciones fugaces de evitar la macabra posibilidad de conflictos civiles –y todas dependían de Morsi.
A pesar de heredar insolubles problemas políticos, económicos y sociales, cuando Morsi accedió al poder el 30 de Junio de 2012 tenía opciones – y escogió la ganancia partidista, la política de suma cero y la demagogia populista. En un sistema sin contrapesos que funcionen, esas opciones generaron niveles crecientes de polarización, destruyendo la confianza e incapacitando al estado. Estas decisiones eran un reflejo de su hostilidad a la crítica y de la denigración del rol de la oposición en la sociedad egipcia por los Hermanos Musulmanes y por él mismo. En el periodo anterior a las protestas masivas en el aniversario de la juramentación de Morsi el 30 de Junio de este año, cuando las concesiones y los compromisos podían haber encontrado una salida ordenada para Egipto, en cambio Morsi ofreció a regañadientes promesas gaseosas y gestos huecos.
Las fatídicas, equivocadas decisiones tomadas durante su mandato, antes y después de las manifestaciones del 30 de Junio han colocado ahora a Egipto en el ápice de la lucha civil y el conflicto violento. Un presidente aislado, intransigente, eligió ignorar la realidad y poner al país en rumbo hacia una innegablemente desafortunada intervención militar en la política civil. Mientras que Morsi y los Hermanos Musulmanes ahora asumirán el rol que les es más familiar de víctimas, ayudados significativamente por la brutalidad y estupidez de un represivo sector egipcio de seguridad, la responsabilidad primaria del derrocamiento de Morsi y del peligroso estado de Egipto recae sobre el depuesto presidente y sus Hermanos. Nada de esto era inevitable.
No quiero sugerir que ahora los Hermanos deberían ser expulsados del país, perseguidos o forzados a la clandestinidad. Los Hermanos Musulmanes son un movimiento político, social y religioso orgánico, de profundas raíces y con una base robusta y resistente. Deberían ser parte del futuro de Egipto. Pero su participación en el pasado reciente de Egipto ha sido un desastre sin ningún paliativo.
Las fatales decisiones finales de Morsi confirmaron su visión partidista, insular, que ponía primero a los Hermanos Musulmanes que a la nación. Simplemente, no pudo entender que su sociedad secreta no tenía un monopolio sobre Egipto y que sus victorias electorales no eran un mandato ilimitado. Los Hermanos Musulmanes creyeron que la serie de elecciones del 2011 y 2012, que representaban en muchas maneras las últimas elecciones de la era de Hosni Mubarak, dieron una señal de algo esencial sobre la sociedad egipcia y el lugar de los Hermanos en ella.
Estos rasgos – terquedad, insularidad y paranoia- se mostraron vívidamente mientras Egipto escoraba hacia el 30 de Junio, pero ya se habían manifestado repetidamente durante el corto e infeliz tiempo en el poder de los Hermanos.
Los 369 días en el poder de Morsi se distinguieron por la carencia de reformas, que alejaron a los activistas y reformistas; una falta de reconciliación, que bloqueó cualquier contacto potencial con miembros del antiguo régimen; y un gobierno estrecho, monopólico, que lo enemistó con todas las fuerzas políticas –incluyendo sus antiguos aliados islamistas, particularmente el partido al-Nour, que abandonó a Morsi en sus últimas horas. Este enfoque temerario del poder provocó el alejamiento, paralizó al gobierno y resultó en la represión y el descontento – y la oposición creció.
La lista de cargos es condenatoria y se remonta al periodo inmediato post-Mubarak, cuando los Hermanos decidieron seguir una transición procedimental formalista que veía sólo a las elecciones como la democracia, mientras ignoraba hacer reformas sustantivas a un sistema fallido. La estrecha ventana para enfrentar al estado policial y el capitalismo de los amigotes de Mubarak habría requerido una cierta medida de solidaridad entre las fuerzas que propulsaron el levantamiento contra Mubarak. Pero en la primera de una serie de traiciones, los Hermanos Musulmanes dirigieron el rumbo a reequipar el estado autoritario de Mubarak e incautar sus herramientas de represión, con los Hermanos mismos al timón.
Los Hermanos Musulmanes no sólo ayudaron a elaborar y endosaron el defectuoso mapa de la transición del gobierno militar interino, que estaba lleno de vacíos y omisiones, sino que los Hermanos inmediatamente se dispusieron a estigmatizar a sus oponentes, sobre la base de una burda demagogia sectaria y religiosa. Las fuerzas reformistas y activistas que buscaron desafiar el orden político emergente fueron enlodadas y tratadas como obstáculos en la búsqueda de ganancias partidistas de los Hermanos Musulmanes. Por lo tanto se puso en movimiento una transición insubstancial cuya sola característica definitoria era una agotadora serie de elecciones.
A pesar de esta falta de confianza, muchos reformistas eligieron apoyar a Morsi en su campaña contra Ahmed Shafiq, el incondicional del antiguo régimen de Mubarak, por miedo a una inmediata recaída autoritaria. Estos partidarios de mala gana fueron engatusados con una serie de promesas relativas a un gobierno inclusivo, con compromisos de seleccionar un grupo diverso de consejeros y un grupo diverso para el organismo constituyente del país. Esta astucia fue decisiva para la estrecha victoria electoral de Morsi.
Esas garantías, consagradas en un documento formal hace casi un año, quedaron casi uniformemente sin cumplirse, preparando el escenario para un periodo turbulento de autoritarismo progresivo, pésima administración y profundización de la polarización. Con contrapesos limitados, Morsi buscó castrar al poder judicial mientras iniciaba un esfuerzo concertado, y finalmente inútil, de captura de varias instituciones del estado. Los más condenables en este sentido fueron los esfuerzos por alcanzar un modus vivendi con los antiguos torturadores de los Hermanos en una policía sin reconstruir, cuyas prácticas abusivas continuaron con impunidad. Mientras tanto, Morsi y su gobierno elogiaban a la fuerza de policía y le daban a sus miembros aumentos de sueldo y promociones. Es pertubadoramente irónico que esta fuerza policial esté ahora ocupada en un esfuerzo para reprimir a los Hermanos Musulmanes y a sus partidarios hasta conseguir su conformidad.
Legislativamente, el gobierno de Morsi impulsó legislación restrictiva en varios frentes, incluyendo leyes que impedían los sindicatos independientes e interferían en la operación de organizaciones no gubernamentales. Su gobierno hizo poco para limitar un repunte en los enjuiciamientos por crímenes de expresión, incluyendo casos de blasfemia y aquellos relacionados con insultar a la presidencia. Más aún, el sistema legal fue corrompido y usado como una herramienta política luego de la designación a dedo de un Fiscal General.
Esa designación fue lograda mediante la declaración constitucional dictatorial de Morsi de Noviembre del 2012, que le dio inmunidad temporal de cualquier supervisión judicial y preparó la escena para la contenciosa adopción de un descuidado documento como el texto fundacional del país. Para muchos, este era el acto final para institucionalizar la crisis política de Egipto. La aguda polarización hizo que las acciones básicas de gobierno se volvieran imposibles y fomentó la crisis económica del país – mientras el rápido aumento del desempleo ayudaba a activar la oposición de sectores de la sociedad anteriormente inactivos. La oposición a Morsi ya no estaba limitada geográficamente o definida por la clase social; en cambio, estaba ampliamente dispersa geográficamente, representando a un amplio espectro de la sociedad egipcia, incluyendo a los pobres urbanos y a diversos grupos rurales.
Finalmente, este descontento en rápido crecimiento tomó las calles en manifestaciones que excedieron en tamaño y alcance a las que derrocaron a Mubarak en Enero y Febrero de 2011. Las señales de alarma estaban a la vista de todos, excepto quizás para los despreocupados y arrogantes líderes de los Hermanos Musulmanes.
Mientras que la campaña Tamarod (“Rebelde”) fue una proeza extraordinaria de creatividad y organización, su éxito se basaba primeramente en la indignación y la frustración que se acumulaban en toda la sociedad egipcia contra la administración cada vez más autoritaria, monopolista e incompetente de Morsi. Sin un mecanismo constitucional inmediato para su destitución, millones de personas tomaron las calles pidiendo su salida, esperando algunos que la presión pública lo forzara a renunciar, otros presionando a favor de una intervención militar.
Con esta rotunda demostración de falta de confianza y la frágil situación de seguridad en el país el 30 de Junio, la probabilidad de violencia era alta. Pero en ese momento crucial, Morsi todavía tenía opciones. Él, y sólo él, podía haber bajado el volumen de la retórica y evitado el derramamiento de sangre por venir. En cambio, su imprudente despreocupación aseguró que las soluciones de compromiso no se lograsen. Así Egipto fue abandonado a lo inevitable: un derrocamiento militar y una espiral de guerra callejera.
El reconocimiento de la realidad hubiera sido una salida honorable para Morsi. Un ejecutivo incapacitado con un tenue control de la autoridad que no puede gobernar eficazmente –aún en el tope de su popularidad- ya no está en una posición que le permita cumplir su papel. Una salida segura negociada habría conservado también las ganancias políticas de los Hermanos Musulmanes y asegurado su participación en el diseño de la etapa de transición y las elecciones siguientes. Tal salida también habría reversado su desastrosa decisión de renegar de sus compromisos previos e impugnar la elección presidencial, aliviando por lo tanto a la organización del enorme esfuerzo de gobernar a Egipto durante este periodo tumultuoso.
Tal decisión hubiera requerido que Morsi emprendiese una minuciosa evaluación de sus errores y una valoración objetiva de la dinámica actual del país. Aún cuando estos fuesen unos pasos muy difíciles, eran la única salida de Egipto. En cambio, el país ha elegido un veneno en vez del otro.
Pero al final, no puede emerger ningún orden político que funcione, y menos una transición democrática, sin la participación libre, justa y completa de los Hermanos Musulmanes. Con Morsi ahora incomunicado y supuestamente lleno de justa indignación por su suerte, todavía puede hacer volver a Egipto del borde del abismo. Sin embargo, para hacerlo hace falta que sea un verdadero líder y que haga una dolorosa concesión-poner al futuro de su país primero.


No hay comentarios:

Publicar un comentario