martes, 22 de diciembre de 2015

El estado venezolano va de mal a peor

Casi nunca abro el FT. Hoy, por casualidad, lo abrí y me encontré con el artículo que sigue, que traduje para mis amigos que prefieren leer en español. Lo importante aquí no es el hecho de que FT haya expresado su opinión sobre Venezuela, insistiendo en la necesidad de acuerdos que permitan enfrentar la crisis que empeora todos los días. Probablemente, ya la abrumadora mayoría de los que vivimos en Venezuela sabe esto. Lo que hay que rescatar es que mucha gente en todo el planeta leerá este artículo (¡la versión original, claro!) y se dará cuenta de: a) la vergonzosa actitud de la mayoría de los países de la región frente a nuestro caso; b) la posibilidad cierta de una crisis humanitaria a muy corto plazo (si no es que ya la podemos calificar como tal); c) la inviabilidad del gobierno actual, sin cambios de política sustanciales, que acarrea problemas a los demás países cercanos, sea por geografía (Colombia, Ecuador, Brasil, Panamá, y más allá Argentina, Chile, Uruguay), o por otros lazos (EEUU, España, Portugal, Italia y algunos otros países europeos en menor medida). Nótese que no creo que el gobierno actual llame a negociaciones de ninguna clase a la oposición. ¡Feliz lectura!

La Opinión del FT, 20 de Diciembre de 2015, 1:13 PM.

El estado venezolano va de mal a peor

Esta parodia de gobierno debe ser llamado a rendir cuentas

Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, figura entre los líderes más bestiales del mundo. Este mes, su partido Socialista gobernante sufrió su peor derrota electoral en 17 años, gracias a una crisis nacional marcada por una inflación de tres dígitos, la escasez de alimentos y una violencia creciendo en espiral.
El voto llevó a la oposición a ganar con una súper-mayoría de dos tercios en la Asamblea Nacional; en teoría, ahora puede desafiar a la administración del Sr. Maduro y legislar políticas para evitar que el país caiga más por el barranco. La respuesta del gobierno sigue siendo descaradamente ignorante. “Deja que los perros sigan ladrando,” como dijo Diosdado Cabello, el segundo hombre más poderoso de Venezuela.
Tristemente, la intransigencia y la criminalidad parecen ser típicas del gobierno del Sr. Maduro. Varios altos funcionarios están bajo investigación por las autoridades de los EEUU por tráfico de drogas. Un lucrativo negocio de contrabando de gasolina, mayormente manejado por los militares, se estima que vale unos $4 mil millones por año. Cualquier inclinación hacia la anarquía de la administración se revela ahora, en rehusarse a reconocer lo que significa su derrota electoral.
En lugar de oír a los votantes, el Sr. Maduro ha respondido con espíritu vengativo y subversión de la democracia. Ha amenazado con castigar a los antiguos seguidores por votar por la oposición. Antes de la reapertura de la Asamblea Nacional el 5 de Enero, ha amontonado jueces en la Corte Suprema que pueden anular su legislación. Ha anunciado la creación de un parlamento “comunal” paralelo que usurpará el rol de la asamblea. Ha prometido profundizar la así llamada Revolución Bolivariana y sus políticas obviamente fracasadas. “Rebelión, rebelión, rebelión,” como ha dicho el Sr. Maduro.
Algo de esto es mero teatro político. Como Donald Trump en los EEUU, el chavismo toma a los insultos y la confrontación como los principios cardinales. Aún así, el Sr. Maduro ha respondido a la derrota en la peor forma posible, rociando culpa por los problemas del país sobre todos menos él mismo.
Esta no es la gran “batalla ideológica” que él pretende que sea. Cuando Jorge Giordani, un ministro de gabinete marxista en el gobierno de Hugo Chávez, criticó a la administración por su incompetencia y sus facciones, fue perseguido por títeres del gobierno. Más bien, estas son las movidas de un estado y sus compinches que ven las señales escritas en la pared.
La comunidad internacional ha permanecido muda sobre los fracasos de Venezuela por demasiado tiempo. Excepto por los EEUU, el resto del mundo ha preferido dejar al Sr. Maduro solo, sea por una corrección política mal entendida debido a sus políticas sociales, o por deferencia a sus reservas petroleras, mayores que las de Arabia Saudita.
Ese silencio se ha vuelto ensordecedor, según empeora la crisis venezolana. Su economía depende del precio del petróleo, que continúa cayendo. Hay una escasez severa de bienes de primera necesidad. La hiperinflación es una posibilidad real. Hay un auténtico riesgo de una crisis humanitaria.
A pesar de su odio mutuo, es difícil creer que los moderados de todo el espectro político no se puedan sentar a forjar políticas para enfrentar la crisis.
Para ayudarlos, los aliados tradicionales de Venezuela, tales como Cuba, Brasil y Bolivia, necesitan empujar a los duros del gobierno a la mesa de negociaciones. Eso está en el mejor interés de esos gobiernos, pues una Venezuela en llamas solo disminuirá su propia posición. Lo mismo vale para los aliados internacionales de la oposición.

A menos que haya cohabitación, cooperación y los comienzos de una coalición, la triste comedia de Venezuela se volverá una tragedia. El riesgo es que aparezca una mancha vergonzosa en la región que se ha jactado de su manifiesta creencia en la democracia.

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