martes, 27 de febrero de 2018

LOS VECINOS DE VENEZUELA NO PUEDEN ESPERAR AL TÍO SAM

[Este artículo fue traducido de Bloomberg. Como se puede ver, empieza a haber opiniones sobre la "intervención" necesaria para salir del desastre actual en Venezuela, quiénes, cómo y cuándo tienen que intervenir para desalojar a la mafia en el poder y comenzar a recuperar el país, y a minimizar el daño a los vecinos]

OPINIÓN| América Latina

 LOS VECINOS DE VENEZUELA NO PUEDEN ESPERAR AL TÍO SAM
UNA CRECIENTE CRISIS DE REFUGIADOS DEMANDA UNA RESPUESTA REGIONAL MÁS COORDINADA
Por Shannon O’Neill
26 de febrero de 2018
La crisis de refugiados de Venezuela está haciendo metástasis. De acuerdo con las Naciones Unidas, 5.000 venezolanos han huido a Curaçao, 20.000 a Aruba, 30.000 a Brasil, 40.000 a Trinidad y Tobago, y más de 600.000 a Colombia.
En el pasado, los Estados Unidos han liderado la respuesta a los éxodos disparados por crisis humanitarias o políticas. En 1980, le dio la bienvenida a 125.000 cubanos que se escapaban en lo que se llamó el éxodo del Mariel. Casi dos décadas después, les dio un respiro a decenas de miles de hondureños y nicaragüenses luego del huracán Mitch y a más de 250.000 salvadoreños luego de un terremoto en 2001. A pesar de que la región no siempre le ha dado la bienvenida a algunas intervenciones de los EEUU - piensen en Granada en 1983, Panamá en 1989 y América Central en los 80 – cuando surgen las crisis, las naciones latinoamericanas todavía miran al norte.
Sin embargo, aunque los Estados Unidos han presionado a Venezuela para que restablezca su democracia, la carga de enfrentar la implosión de la que era la nación más rica de América Latina ha recaído más pesadamente sobre sus vecinos. No pueden esperar hasta que unos EEUU distraídos y menos benevolentes hagan lo correcto.
A pesar de promocionar el “año del compromiso” con América Latina y desenterrar ecos desafortunados de la doctrina Monroe, la administración Trump parece tener pocas ganas de liderar en las Américas – al menos en los problemas más urgentes de la región. Se salió del Acuerdo Trans-Pacífico, dejando abandonados a Canadá, Chile, México y Perú, y ha amenazado repetidamente con acabar el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte. Se fue del acuerdo climático de París, que las naciones latinoamericanas apoyaban ampliamente, y echó atrás la apertura con Cuba.
En cuanto a los latinoamericanos mismos, es más probable que los EEUU los saque a patadas o les atraviese un muro, a que les extienda una alfombra de bienvenida. Recientemente terminó el Status Protegido Temporal de 200.000 salvadoreños y 60.000 haitianos (el destino de unos 87.000 hondureños aún no está claro), y parece que va a empezar a deportar a 700.000 “Soñadores” mexicanos y centroamericanos, inmigrantes indocumentados que fueron traídos a los Estados Unidos de niños. No solo ha disminuido a la mitad el número de plazas para refugiados; está apurando las solicitudes de asilo de solicitantes recientes – una decisión que probablemente tenga como resultado la rápida repatriación de muchos solicitantes de asilo venezolanos que de otro modo podrían trabajar mientras se procesan sus casos.
Altos diplomáticos estadounidenses han señalado la difícil situación humanitaria y los abusos de los derechos humanos de Venezuela. Pero en su gira por cinco países de la región, el Secretario de Estado Rex Tillerson se enfocó más en construir apoyo para nuevas sanciones, que en atender esta catástrofe más inmediata. Y aunque la administración Trump le ha ofrecido ayuda a Venezuela -que el gobierno de Maduro ha rechazado repetidas veces – los países que están recibiendo a los refugiados de Venezuela han sido dejados mayormente por su cuenta.
Colombia, que lleva la carga más pesada, le ha otorgado su propia versión de status protegido temporal a 150.000 venezolanos, mientras recorta el otorgamiento de nuevas visas, refuerza el patrullaje militar para contener los cruces ilegales de la frontera, y visita los campos de refugiados en Turquía para aprender buenas prácticas. Brasil declaró el estado de emergencia en el estado fronterizo de Roraima, duplicando las tropas y aumentando los servicios básicos para las decenas de miles de recién llegados. Y aunque generalmente no son la primera parada para los que escapan, Perú y Argentina han aflojado en algo los requisitos para las visas, permitiendo que más emigrantes venezolanos se queden y trabajen.
Estas respuestas de a poco no serán suficientes. La inundación de gente ya está agobiando a las economías, escuelas, sistemas de salud y alojamiento básico fronterizos en Colombia, Brasil y hasta en Ecuador. Los vecinos caribeños de Venezuela, muchos con instituciones débiles y aún en recuperación después de los huracanes del año pasado, están mal equipados para enfrentar esos nuevos retos. Y los que se escapan son vulnerables al tráfico de personas y la extorsión, alimentando a las organizaciones trasnacionales del crimen y la droga. La ola amenaza con cambiar la política en este año electoral latinoamericano, cuando casi dos de cada tres votantes se prepara a votar para elegir un nuevo presidente.
Desafortunadamente, la coordinación entre las naciones latinoamericanas no será fácil. A pesar de toda la retórica de cooperación y de casi dos docenas de cuerpos colegiados económicos y diplomáticos regionales, los países y sus esfuerzos de política exterior siguen siendo bastante solitarios. No hay una OTAN, ni una verdadera unión aduanera, y hasta ahora no hay un cuerpo regional capaz y dispuesto para actuar decisivamente. En cambio, y en parte debido al peso y el liderazgo del gigante del norte, casi todos los países han adoptado históricamente un mantra de no-intervención hacia sus vecinos.
Pero las naciones latinoamericanas de hoy son distintas de sus encarnaciones más pasivas del pasado. Con un PTB de más de $5 trillones, y dos de las 15 economías más grandes del mundo, el creciente peso económico de la región significa que hay más recursos disponibles para atender los costos de una crisis como esta. México se unió recientemente a la creciente lista de naciones latinoamericanas que contribuyen a las misiones de mantenimiento de la paz. Casi todos los países son democráticos, y la mayoría están comprometidos a diseminar esas ideas ampliamente. Y el efecto de desbordamiento de la crisis venezolana sobre sus propias poblaciones votantes ha creado un sentido compartido de la urgencia.
Aliviar la crisis humanitaria va a requerir coordinar y financiar esfuerzos masivos para dar alimentos, agua, alojamiento y medicinas a los que ya están desplazados y a los muchos más por venir. Va a significar crear escuelas (generalmente la mitad de los refugiados son niños), construir infraestructura, y encontrar formas de que los exiliados se ganen la vida. Y significará lograr que más naciones reciban a los exiliados forzados, aliviando el aplastamiento de los vecinos inmediatos de Venezuela.
Para  galvanizar una respuesta, los líderes de la región deberían acudir al Banco Interamericano de Desarrollo y al Banco Mundial, para conseguir el trámite rápido de préstamos baratos para la infraestructura enfocada en los refugiados. Deberían presionar a China, que no solo codicia las materias primas latinoamericanas sino sus crecientes mercados de consumo, tanto para que apoye ese esfuerzo como para que le aclare a Venezuela que su conducta debe cambiar. Y deberían desafiar fuertemente a Cuba, que ha apoyado y aconsejado al presidente Maduro según desmantelaba la democracia de su país y diseñaba su autodestrucción económica y financiera.
Latinoamérica no necesita un mecanismo nuevo para buscar esta respuesta más cohesionada y global – el grupo de Lima de 14 países, de reciente creación, debería bastar, y abundan los cuerpos diplomáticos más antiguos, desesperados por conseguir una misión. Sus naciones solo necesitan convocar la voluntad y el liderazgo para recoger el manto humanitario. Si lo hacen, es posible que sea el turno de que los Estados Unidos los siga.

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