viernes, 2 de enero de 2015

¿QUE SIGUE PARA LA REVOLUCIÓN LWILI?

Discusión
Por Jonathan Pinckney, Foreign Policy, 18 de Noviembre de 2014

Traducido por Max Flint

El 31 de Octubre, el presidente Blaise Compaoré, el gobernante por 27 años de Burkina Faso, renunció luego de protestas masivas en las dos mayores ciudades del país. Aunque se informó de incidentes de violencia durante las protestas, incluyendo incendios y vandalismo en el edificio del parlamento de Ouagadougou, la denominada “Revolución Lwili” (llamada así por los tejidos tradicionales que vestían muchos de los manifestantes) era principalmente de resistencia civil no violenta, y aprovechaba las tácticas e imágenes de las protestas de la Primavera Árabe del 2011.
Sin embargo, como muestra la Primavera Árabe, el momento más retador para Burkina Faso vendrá en las próximas semanas y meses. Los líderes de Burkina Faso ya han aprobado un plan de transición y nombrado a un presidente transitorio para guiar las reformas el año próximo, pero hará falta todavía navegar numerosos escollos en esa ruta. Varias transiciones políticas recientes posteriores a campañas no violentas han tenido fallas graves. Los momentos esperanzadores de cambio de régimen en el Medio Oriente han sido seguidos por un conflicto entre comunidades en Yemen y por la violencia y el retroceso autoritario en Egipto. En Ucrania, también, el derrocamiento no violento del presidente Viktor Yanukovych ha sido seguido por una guerra civil. Estos resultados causan perplejidad pues múltiples estudios han mostrado que, en general, las transiciones políticas luego de movimientos no violentos tienden a ser más pacíficas y a resultar en el establecimiento de la democracia. Tienen mejores resultados que las transiciones que siguen a campañas violentas y a transiciones iniciadas por las élites políticas. Entonces, ¿por qué tantas transiciones recientes luego de campañas no violentas se han encontrado con graves problemas políticos?
La respuesta puede  estar en cómo alcanzaron el éxito esas campañas. He analizado cada campaña no violenta exitosa para el cambio de régimen desde 1900 hasta 2006. De esas 87 campañas, 16 lograron el éxito a través de un mecanismo similar al de Burkina Faso. Un golpe de estado liderado por personas de adentro del viejo régimen, militares o civiles, que han tomado el poder supuestamente para apoyar las metas de la campaña. Antes de Burkina Faso, este mecanismo llamó más la atención en los golpes de estado del 2011 y 2013 contra los presidentes Mubarak y Morsi en Egipto. Las campañas no violentas que alcanzaron el éxito a través de mecanismos de este tipo fueron seguidas por gran violencia política en el 50% de los casos, y sólo llevaron a la democracia en el 40% de los casos. Esto contrasta con los mecanismos de éxito más basados en el consenso, que sólo han dado lugar a gran violencia política en 18% de los casos y han llevado a la democracia el 65% de las veces.
Estas diferencias son debidas principalmente a tres factores que caracterizan a estos “golpes de estado para la democracia”: una carencia de consenso político entre las élites del régimen y la oposición, carencia de iniciativa de la oposición y limitado fomento de la capacidad política. Esta combinación privilegia a las élites del viejo régimen, reduce la presión por lograr reformas democráticas, reduce la legitimidad percibida del proceso de transición política y fragmenta a la sociedad a lo largo de divisiones pre-existentes, llevando a una probabilidad mayor de violencia política.
Por ejemplo, el golpe de estado del 2011 del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas de Egipto, a pesar de llevarse a cabo supuestamente para apoyar las protestas de la Primavera Árabe del país, sirvió fundamentalmente para cementar la posición de los militares relativa a sus rivales, los “capitalistas compinches” en el viejo régimen. Los generales fueron capaces de usar su derrocamiento del presidente Mubarak para enmarcarse como del lado de los manifestantes. Al tomar las riendas a nombre de los manifestantes, los militares fueron capaces de desmovilizar a grandes segmentos de la oposición que se habían unido a las protestas de la Plaza Tahrir pero habían fracasado en desarrollar una capacidad política organizada en el periodo previo al golpe. Esto finalmente llevo a la centralización del poder en los militares egipcios con el ascenso del presidente Abdel Fatah al-Sisi.
Además, este tipo de incidentes tiende a repetirse, con efectos crecientemente negativos. Un golpe militar en Tailandia, inspirado por un movimiento de resistencia civil en contra del primer ministro Thaksin Shinawatra ha disparado un patrón casi continuo de marchas y contramarchas, trastornos políticos extra-institucionales que las élites del régimen, incluyendo los militares, han tratado de resolver a través de la represión y la fuerza. Los ejemplos más resaltantes de esto son la represión de los manifestantes “Camisas Rojas” en el 2010 y el golpe de estado este año por el líder militar Prayuth Chan-ocha.
Estas tendencias provocan serias dudas sobre los resultados a largo plazo en Burkina Faso. Mientras que el derrocamiento del presidente Compaoré por la oposición no violenta es inspirador, el mecanismo que llevó a su derrocamiento es poco probable que lleve a la democratización o la paz interna. En cambio, es probable que en los próximos meses importantes figuras de las fuerzas armadas traten de usar sus nuevas posiciones para concentrar el poder, llevando a un nuevo autoritarismo, quizás aún más duro, y a una inestabilidad política continua y posiblemente a la violencia.
Sin embargo, hay algunas razones para tener esperanzas. En contraste con lo que pasó en Egipto en 2011, los manifestantes en Burkina Faso han permanecido movilizados y mayormente unidos. Han continuado protestando contra el nuevo régimen militar, insistiendo en una transición gobernada por procesos constitucionales y basada en amplios consensos políticos. (En la foto inicial, un manifestante en Ouagadougou lleva una pancarta que dice: “No a la confiscación de nuestra victoria ¡Viva el pueblo!"). Esta negativa a aceptar el golpe militar como una expresión legítima de la visión del pueblo sugiere que los manifestantes están determinados a alcanzar el éxito a través de un mecanismo más positivo, basado en el consenso. La insistencia de los manifestantes en la inclusión ya ha producido un plan de transición de compromiso que los líderes del ejército aprobaron el 14 de Noviembre. El plan asegura que tanto el jefe de estado como el jefe de gobierno interinos sean civiles, y que los líderes de la oposición y de la sociedad civil tienen un rol que desempeñar en seleccionar el presidente del Consejo de Transición Nacional. De acuerdo con este compromiso, el ex embajador ante la ONU Michel Kafando tomó posesión como nuevo presidente de Burkina Faso para la transición, el 18 de Noviembre. Aunque Kafando estaba entre los candidatos seleccionados por los militares para el cargo, es un civil y un diplomático de carrera, de modo que su nominación representa un éxito inequívoco para los manifestantes.
Esto es muy alentador. Las campañas de resistencia civil que emplean mecanismos basados en el consenso tales como negociaciones o elecciones han tenido un historial mucho más positivo. Los registros históricos sugieren que una transición política negociada con una sociedad civil movilizada que haga responsable a la vieja guardia y una mudanza rápida a elecciones democráticas dentro del periodo que indica la constitución de Burkina Faso es la mejor opción del país para lograr un resultado positivo a largo plazo.

Mientras las campañas para cambio de régimen por civiles desarmados siguen remodelando el paisaje político, es crítico entender las dinámicas de tales campañas y sus consecuencias. Las lecciones de la resistencia civil en el último siglo muestran de modo crucial cómo varían sus efectos a largo plazo, y cómo los activistas y los formuladores de políticas pueden influenciar esos resultados hacia una mayor democracia y paz social. 

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